Me gusta el fútbol. Todo comenzó cuando los curas nos llevaban a Lateral de Tribuna a sufrir contra la Cultural Leonesa. Eran tiempos difíciles en los que el fútbol de verdad venía en verano, cuando el Madrid de García Remón, San José, Camacho, Benito, Pirri, Ángel, Del Bosque, Stielike, Juanito, Santillana y Cunningham se plantaba en el Teresa Herrera.
Luego llegaron los tiempos de Especial de Niños. Las lágrimas ante el Tenerife. De Riazor al Chaston. A las 22.15 te echaban fuera, te metías una tapa de ensaladilla en O Mascoto y para casa.
Empecé a trabajar. El ascenso ante el Murcia me tocó vivirlo en la banda con un micrófono en la mano. Josu, Djukic, Sabin Bilbao, Albistegi, Lasarte, Aspiazu, Villa, Jose Ramon, Stoja, Fran y Gil. Tuve que contar cómo ardía Preferencia y fui el primero en meterle la alcachofa a Arsenio cuando al fin llegó el fin.
No lo debía hacer del todo mal, porque años más tarde empecé a viajar. Yo me mojé en el 95 en el Bernabéu. Aquella primera Copa es de las que no se olvidan. Alfredo, tronco, tu gol nos hizo grandes.
Yo veía partidos que nadie en Coruña veía. Cuando no había PPV y sólo un puñado de privilegiados disfrutábamos de Bebeto, de Claudio o de Rivaldo en campos como Atocha, Las Gaunas, la carretera de Sarriá o El Parque de los Príncipes. Y encima me pagaban.
¿Y ahora qué? Me gusta el fútbol. Me gusta hundirme en el sofá y ver al Barça calzándole cinco al Almería, o escuchar a los de la radio gritar hasta ocho goles en el Villarreal-Atleti.
Pero tengo envidia. Coruña estuvo este fin de semana abarrotada de asturianos. Me los imagino celebrándolo en Otur, en Casa Consuelo. 0-3. Menudo festín.
Lo malo de todo esto es que el fútbol es un deporte de fieles. Cambiamos de banco, de trabajo, de esposa, de corte de pelo, de piso, de hipoteca, de colonia... Pero nunca cambiamos de equipo.
Lo malo (o lo bueno, vete a saber) es que seguiré siendo del Depor hasta la muerte, por más que últimamente tenga mono de fútbol.