¡Muy bien, campeón!



Y no os creáis. Lo curioso del caso es que esta vez lo han pillado. Normalmente los jefes de Prensa hacen estas cosas en rincones apartados, en despachos bien protegidos o en silencio, sin amenazas.

Bueno, vale. Seamos justos. Hay excepciones. Pocas. Pero haylas.

Si puedo, moriré sin haber sido jefe de Prensa de nadie. Trabajaré para poder.

Gracias, abuelo

Vaya por delante que esta entrada está patrocinada por Abadía da Cova, el licor café más peleón que conozco, lo cual me exime de cualquier responsabilidad.

Os aviso también de que se me antoja larga, así que si no queréis rollo, a otra cosa.

Lo estoy pasando mal. Llevo diez días en el paro, una semana sin fumar, y cinco días inmerso en la más grave crisis conyugal que recuerdan mis 16 años de matrimonio. Todo junto.

Y esta noche ha sido una de las más felices de mi vida. Ya veis. No hay mal... A ver si me hago entender. Como tengo tiempo de sobra, me he pasado la tarde buscando unas gafas de sol y unos zapatos. Ambos los necesito. Las gafas de sol me las cargué en la mudanza. Los zapatos... Soy muy raro para los zapatos. También para los zapatos.

Al final, ni zapatos, ni gafas. Me he comprado un kilo de navajas, una botella del mejor albariño que he encontrado y he montado la fiesta en casa. Mi casa, en verano, no es mi casa. Es la casa de los abuelos. Allí nos trasladamos todos en busca de un poco de paz estival. La familia se estira y en un instante de cuatro pasamos a ser siete.

Yo admiro al abuelo Garrido. Nunca se lo he dicho y no creo que tenga huevos a decírselo jamás. Pero lo admiro. Me lleva veintitantos años de ventaja. Ha sufrido como un perro toda su vida. Sé cosas de él que muy pocos soportarían. ¿Sabéis? Fue barrendero. Después de comerse toda la mierda del mundo en Suiza, logró ser barrendero. Y lo dejó tras encontrarse un día a un bebé muerto en una basura. Lo dejó para ser sepulturero. Sí, amigos. Soy el yerno del sepulturero. Lo digo con todo el orgullo que me cabe en el pecho.

Ayer, después de la cena, el abuelo Garrido se sentó ante la tele. Sospecho que no le estaba haciendo ni puto caso a una serie americana que ponían. Estaba absorto en sus cosas. Protestando porque sus nietas tenían la música muy alta. Protestaba, sí; pero sin mucha insistencia. Las nietas estaban dedicándole su gala. A Sara la escoba ya se le queda un poco pequeña como micrófono. A Lucía el recogedor le da la medida exacta. En un momento dado, ambas dejaron su 'play-back' para abalanzarse sobre el abuelo Garrido y espetarle en la cara sendos besos. Eso es lo que quiero ser yo de mayor. Justo eso.

Me importa una mierda estar en el paro. No debería decirlo, pero ésto va a cambiar más rápido de lo que pensaba. Me importa una mierda que mi contraria no me hable. Yo la perdonaré, y ella a mí. Y ambos, a la persona que más ha sufrido con todo esto. Sin culpa. Dejaré de dejar de fumar. Seguro.

Pero dentro de veintimuchos años, si el destino lo quiere, estaré al fin jubilado. Tendré, quizá, un par de nietas que tras una cena cualquiera se me acercarán por sorpresa y me plantarán sendos besos. Y con eso me bastará para hacer como que miro la tele mientras, en realidad, se me cae una lágrima de emoción.

Sé que por eso que vendrá, todo ésto vale le pena. Lo sé.

Así lo vi, así os lo cuento



¡Vale, joder! Ya sé que quedé en que os lo contaría 'ipso facto' y ya han pasado cinco días. Sus aguantais, por fiaros de un túzaro como yo. Para que no me protestéis, una novedad. Un vídeo, nada menos. Ahora que la prensa escrita me ha mandado a freir puñetas, hay que probar de todo, que nunca se sabe.

Fue la ost... La leche. Emocionante, agotador, surrealista... La noche acabó con una cena en una terraza elevada a un quinto piso, a la sombra de las luces de La Giralda, aunque yo no la cambio por la de la noche anterior, en un patio de Triana.

¿Sabéis? Esto de estar 'fuera' te permite enterarte de muchas cosas. Cabrones, estáis seguros de que no las voy a publicar. No tengo donde. O eso os creéis.

Cuidaos.