
Apenas lo conocí, pero sí he compartido buenos momentos con su hijo César. Ayer se fue Tino Quian. El caso es que a mí me enseñaron que a los maestros se les trata de usted. Por eso me sale don Constantino.
Ahora que las cámaras digitales y el Photoshop hacen el milagro de convertir a cualquier zoquete -y yo soy el ejemplo más claro- en algo parecido a un fotógrafo, me pide el alma rendir admiración a estos héroes de los 35 milímetros. Tino Quian, Alberto Martí, Pepucho Castro, Manuel Ferrol, los hermanos Mayo, Ramiro Blanco y sus hijos Manolo y Miguel, Tonecho... Y alguno más que injustamente me dejaré por el camino.
Don Constantino tuvo que ser, por fuerza, buena gente. Lo testimonia César.
Además de excelente profesional es un tipo noble, solidario y entrañable. Forma parte de una generación que se ha ganado a pulso la categoría de fotoperiodistas. Los podéis ver cualquier día en cualquier rincón de la ciudad. Son cazadores natos. Me fascina observarlos y esforzarme por aprender algo. Me gusta tratar de imitarlos, y les pido perdón por hacerlo. No doy nombres. Los tenéis cada día en cada periódico de esta ciudad.
Lo menos que puedo hacer es estar a su lado cuando lo necesitan. Por eso, César, un abrazo.
Don Constantino estará orgulloso.