¡Qué pasa, troncos!


Adivinanza: Cuatro troncos tomado el sol alrededor de un bote. ¿Por qué no se levantan y huyen corriendo?

Solución: Porque no pueden salir por patas.

San Juan... de la Cruz


Hay borrachos que se ponen muy gilipollas, pero los gilipollas de verdad acostumbran a ser abstemios.

(Foto: Playa del Orzán, 7:45 de la mañanita de San Juan. Aserrín, aserrán)

O Moncho

Este é un bo tipo. E mira que o trato pouco, pero se lle nota. É do Carballiño, que xa é ser algo.

Tireille a foto en Penamoa, e como non sei o seu mail, pois lla deixo aquí colgada. En branco en nejro, como lle gustan. Así que si sabedes del, decídello para que a garde.

O Moncho dalle voltas a súa cabesiña por aquí.

(Pincha dentro para vela máis grande, mona)

Gaviotas delatoras



Lo he vuelto a hacer. Me he caído de la cama a las cuatro de la madrugada para bajar a la lonja. Un veterano del Muro me ha contado una historia interesante.

Como muchos sabreis, la flota está en paro por el precio de los carburantes. Mi amigo me lanzó una pregunta: "¿Sabes por qué ayer no entró ningún camión a descargar?". "Por miedo", respondí. "Pero, ¿cómo sabían los camioneros que no había actividad en el puerto?".

Vale que usan la radio, los móviles y el boca a boca. Lo que yo no sabía es que la ausencia de gaviotas les alertaba cuando se acercaban al puerto. Si no hay gaviotas, no hay pescado. Si no hay pescado, hay peligro. Si hay peligro, mejor darse la vuelta.

Hoy sí hubo. Pescado y gaviotas. No le tienen miedo a nada y te pasan a centímetros de la cara con un descaro que asusta al, como es el caso, pardillo. Así que aquí queda mi homenaje a este animal del que ya me he ocupado en otras ocasiones.

Y lo siento por los que las odian por su afición a dejar lo que les sobra sobre los coches. Si os vale de consuelo, tendriais que ver el mío. Da asco.

Si no actualizo en unos días, es que estoy durmiendo.


Reventado


Escribo a punto de completar una jornada laboral de diecisiete horas. Y contento, fundamentalmente por dos razones:
  1. Lo hago porque me da la gana. Nadie me obliga.
  2. A pesar de todo, me gusta mi trabajo.
Diecisite horas dan para mucho. He visto amanecer. Me han ofrecido un par de docenas de sardinas, que he rechazado por motivos logísticos. Me he echado unas risas en una plaza recién estrenada. He pateado unos cuantos kilómetros, que nunca viene mal. He descubierto un nuevo sitio donde ponen callos 'pata negra'. Me ha dado el sol en toda la cara. Las setas de la comida no estaban del todo mal...

Otros prefieren andar de paseo.

Así que cuando leas esto seguramente esté roncando como un cenutrio. Me van a disculpar las selecciones de España y Grecia, y los índices de audiencia de Cuatro.

Hasta mañana.

(Foto: El sol se asoma al puerto de Sada. Ya llevaba tres horas dándolo todo).

Yo nunca lo haría, pero...



José Tomás está empeñado en convertirse en leyenda. Yo también creo que busca una buena tarde para morir. Pero lo admiro. Admiro a la gente que está dispuesta a darlo todo por lo que le apasiona. A la gente que cree en algo. A la gente que calla. A los dueños de sus silencios. Y que conste que el tipo en cuestión no me cae bien. Y no por él. Por quienes le rodean. Esa suerte de señoritos, sabinas, delamorenas y demás nuevos gurús que lo han hecho suyo. Igual que José Tomás busca una buena tarde para morir, ellos preparan sus necrológicas para apuntarse otro tanto y seguir viviendo. Lo siento, José Tomás; yo te lo digo ahora porque ese día no voy a tener ganas. ¡Descanse en paz, maestro!
(La foto es de otro maestro: Paco Campos, Efe)

Maldita droga



Si algún día me veis así, os agradecería que me remataseis.

(Imagen tomada esta mañana en la entrada de Penamoa)

I believe I can fly



O dicho en cristiano...
A veces me duele el culo de estarme tan quieto.

Amanecía, y el nuevo sol pintaba de oro las ondas de un mar tranquilo. Chapoteaba un pesquero a un kilometro de la costa cuando, de pronto, rasgó el aire la voz llamando a la Bandada de la Comida y una multitud de mil gaviotas se aglomeró para regatear y luchar por cada pizca de comida. Comenzaba otro día de ajetreos.

Pero alejado y solitario, más allá de barcas y playas, está practicando Juan Salvador Gaviota. A treinta metros de altura, bajó sus pies palmeados, alzó su pico, y se esforzó por mantener en sus alas esa dolorosa y difícil posición requerida para lograr un vuelo pausado. Aminoró su velocidad hasta que el viento no fue mas que un susurro en su cara, hasta que el océano pareció detenerse allá abajo. Entornó los ojos en feroz concentración, contuvo el aliento, forzó aquella torsión un... sólo... centímetro... más... Encrespáronse sus plumas, se atascó y cayó.

Las gaviotas, como es bien sabido, nunca se atascan, nunca se detienen. Detenerse en medio del vuelo es para ellas vergüenza, y es deshonor. Pero Juan Salvador Gaviota, sin avergonzarse, y al extender otra vez sus alas en aquella temblorosa y ardua torsión -parando, parando, y atascándose de nuevo-, no era un pájaro cualquiera. La mayoría de las gaviotas no se molesta en aprender sino las normas de vuelo más elementales: como ir y volver entre playa y comida. Para la mayoría de las gaviotas, no es volar lo que importa, sino comer. Para esta gaviota, sin embargo, no era comer lo que le importaba, sino volar. Más que nada en el mundo, Juan Salvador Gaviota amaba volar. Este modo de pensar, descubrió, no es la manera con que uno se hace popular entre los demás pájaros. Hasta sus padres se desilusionaron al ver a Juan pasarse días enteros, solo, haciendo cientos de planeos a baja altura, experimentando.

Juan Salvador Gaviota
Richard Bach, 1970